No existen datos precisos de cómo ni cuándo comenzó a suceder. Se encuentran algunos antecedentes en viejos libros de botánica y testimonios de unos pocos ejemplos desperdigados por el mundo. Al parecer, en casos como los de este jardinero que crece velando por sus plantas desde sus primeros pasos, ellas comienzan a devolver la atención transformando el jardín en un espejo que retrata, en sus mejores brotes, la vida del gentil cuidador.
La intención del artista / padre de fomentar la fantasía de su jardinero / hijo a través del cultivo de la sensibilidad y el descubrimiento de posibilidades: tal es un primer nivel de implicación de Fede Ruiz Santesteban en su proyecto y firme motivación para años de investigación fotográfica. El revelado en materiales vegetales, sin intervenciones aditivas de ningún tipo, a pura fotosensibilidad, es utilizado por Ruiz para “revelar” simbólicamente una narrativa que apunta a poner de manifiesto el paso del tiempo y que es en sí misma una invitación a jugar.
En sus propias palabras: “Se propone un ámbito en el que se presenten una serie acontecimientos que solo podrían ser entendidos como una cuestión de fe. La propuesta se inspira en los relatos de apariciones paganas y en las historias de revelaciones con tintes religiosos. En este marco el espectador se transforma en un peregrino que llega para ser testigo de un hecho fantástico. Un receptor cómplice con la obra, que pacta con la propuesta y que se anima a jugar el juego dejando el cómo y el de qué manera en un segundo plano”.
El principal acierto de su propuesta es quizá el de sintetizar un abordaje honesto como artista, comprometido con su tránsito personal, con la utilización de una técnica original, laboriosa. Y hacerlo, además, mientras plantea temas que poseen innegables ecos de universalidad como la relación entre generaciones y la importancia del juego y la fantasía en tanto aliados para recuperar vínculos esenciales que nos hacen humanos.
Las exploraciones en base a pigmentos fotosensibles encontrados en la naturaleza, que realizara John Herschel en el siglo XIX (inventor, entre otras cosas, del Cianotipo) fueron inspiradoras para Ruiz, al igual que, más contemporáneamente, los trabajos del dúo artístico británico Ackroyd & Harvey, con sus grandes superficies de pasto reteniendo imágenes en un proceso que acentúa el carácter efímero del arte por la naturaleza misma del soporte vegetal elegido.
Otra referencia directa que el autor señala en cuanto a la técnica aplicada es el artista vietnamita Binh Danh, que utilizó la impresión en hojas vegetales para reproducir principalmente fotografías históricas o aludir a elementos bélicos propios del pasado conflictivo del sudeste asiático. Sin embargo, en la propuesta de Ruiz no es un pasado doloroso el que retorna en el soporte natural de las hojas, sino una suerte de bitácora de crecimiento, fuertemente teñida de aspectos biográficos y afectivos, que se ofrece a la mirada de los espectadores como un sorprendente hallazgo pseudocientífico. Después de todo, nadie puede negar que en un jardín pasan muchas más cosas de las que podemos ver.
Fernando Sicco